LAS MOTOS, EL BARRO, EN COLOMBIA UN PARAÍSO
Todo empezó y terminó con el rugido de las motos. Nueve días que se convirtieron en leyenda, en una de esas aventuras que no se explican, se viven. Y ahora, mirando atrás, solo queda el eco de las risas, el recuerdo del barro secándose en las botas y la certeza de que, en algún rincón de Colombia, nuestros fantasmas siguen recorriendo esos caminos.
Fueron 1.547 kilómetros de pura vida. Desde Medellín hasta Jardín, donde las curvas nos enseñaron humildad. De Salamina a Pereira, donde el asfalto y la tierra bailaron bajo nuestras ruedas.
Salento nos regaló sus cafetales, Toche su crudeza, y el Volcán Machín nos recordó que estábamos jugando en su terreno. Bogotá nos devolvió a la civilización, Villa de Leyva al pasado, y Doradal nos puso frente a frente con la selva, los ríos y esas vacas que, como centinelas del camino, nos obligaron a frenar y entender: esto no era nuestra ruta, era la de ellos.
Pero si algo queda claro en este epílogo es que no fuimos héroes, sino aprendices. Aprendices de Santi y Óscar, dos tipos que llevan el off-road en la sangre y la paciencia de un maestro zen.
Ellos convirtieron el caos en ritmo, los errores en anécdotas y las caídas en risas. Sin ellos, esto habría sido solo un viaje. Con ellos, fue una hermandad.

LA ETERNIDAD DE COLOMBIA
Y en medio de todo, las lecciones que no se olvidan:
La moto no es velocidad, es libertad. Cada uno lleva su ritmo, y eso está bien.
Los animales son los dueños. Nosotros solo éramos turistas en su mundo.
El mejor adelantamiento es el que no se hace. Porque en el barro, como en la vida, a veces hay que saber esperar.
Al final, lo que importa no son los kilómetros, sino los atardeceres robados entre montañas, las cervezas compartidas después de un día de lucha, los gritos ahogados por el viento en alguna bajada imposible.
Y ahora, cuando las motos ya están limpias (o no), y el cuerpo ha descansado (o eso creemos), solo queda decir:
Gracias, Colombia. Gracias, compañeros. Esto no se acaba, solo se convierte en recuerdo.
Vivan las motos. Viva la vida.
(Motorbeach Colombia: porque algunas historias no terminan, se vuelven camino.)
Colombia … carreteras sinuosas que atraviesan sus montañas majestuosas, picos montañosos andinos , selvas tropicales, parques nacionales y playas cristalinas consiguen que Colombia siempre sorprenda a todos los motoristas que la recorren.
La magia del país, su asombrosa variedad de climas, paisajes y la amabilidad de su gente hacen de esta Motorbeach Adventure una experiencia inolvidable.