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VIAJES A VIETNAM

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VIAJES A VIETNAM CON MOTORBEACH ADVENTURES

Lo llamaron «aventura», pero fue mucho más. Fue caerse en el barro de Mai Châu y reírse hasta llorar. Fue compartir café con leche de coco al amanecer en Đà Lạt, mientras la niebla envolvía las montañas. Fue descubrir que, a veces, los extraños se convierten en espejos que nos devuelven pedazos olvidados de nosotros mismos.

Esta es la historia de un viaje en moto por Vietnam, de las averías que terminaron en banquetes improvisados, de los atajos que llevaban a lugares sin nombre en el mapa, y de cómo un grupo de personas con vidas separadas por kilómetros encontraron, durante dos semanas, el mismo hogar sobre dos ruedas.

Esto es una crónica de un Vietnam entre dos tiempos; los caminos de tierra, donde las motos siguen levantando polvo y los arrozales pintan el paisaje de verde eterno, el futuro avanza sin prisa pero sin pausa.

Esta es una historia sobre la belleza de lo que perdura: abuelas que venden phở al borde de la carretera mientras drones reparten mercancías, niños que persiguen gallinas entre cultivos iluminados por luces solares, y moteros errantes que buscan algo más que paisajes.

Es un relato sobre lo que pudo ser y aún podría ser: un lugar donde la tecnología no borra las sonrisas, donde la tradición y el progreso no son enemigos, sino vecinos. Donde, quizás, el verdadero lujo no sea la velocidad, sino el tiempo para saborear un atardecer compartido.

Vietnam sigue ahí. Y sus caminos, como siempre, esperan a quien se atreva a perderlos.

Hanoi, 2057 Cuentos a Vietnam

El té de jazmín humeaba entre ellos, su aroma dulzón trenzándose con el murmullo de la ciudad. A través del cristal ahumado del pequeño café, Hanoi seguía danzando al mismo ritmo de siempre: motos serpenteando como peces plateados, puestos callejeros desplegando sus sombrillas de colores, el eco lejano de una canción de đàn bầu flotando desde algún balcón.

—¿Sabes? —dijo Linh, siguiendo con la mirada a un grupo de turistas que fotografiaban un árbol de lộc vừng junto al lago—. A veces pienso que Hanoi es como esos ancianos que se niegan a envejecer.

Ming Hu asintió, sus dedos acariciando la taza como si fuera la pelota remendada de su infancia.

—Panh Nah Migh tampoco ha cambiado mucho —susurró—. Cuando volví el año pasado, hasta las gallinas parecían las mismas.

Se rieron, y de pronto, como si el tiempo se doblara, los motores resonaron en sus recuerdos.

—¡Los locos de las motos! —exclamaron al unísono.

Flashback: Panh Nah Migh, 2025 Finales de Marzo

Los niños corrían hacia el camino de tierra al escuchar el primer rugido. Se alineaban como soldados, brazos extendidos, gritando «Hello! Hello!» mientras las motos aparecían en una nube dorada de polvo.

Los pilotos —chaquetas gastadas, gafas reflejando el sol— aceleraban hasta el último momento, solo para frenar en una curva perfecta y rozar las palmas diminutas que esperaban como flores en el viento.

—¡Veintitrés manos hoy! —gritó Ming Hu, marcando líneas en la tierra con un palo.

—¡Mentira! Yo conté veintiséis —replicó Linh, saltando sobre una roca—. Además, el de la chaqueta azul siempre me elige a mí.

Era cierto. Aquel piloto, un hombre alto con una cicatriz en la barbilla, cada vez que pasaba, buscaba entre la fila de niños hasta encontrar los ojos brillantes de Linh.

Regreso a Hanoi, 2057, cuentos a Vietnam

 

—¿Crees que siguen viajando? —preguntó Linh, mirando hacia la callejuela donde una moto antigua —de esas de gasolina, no eléctrica— acababa de aparcar.

Ming Hu siguió su mirada.

—Claro que sí. Gente como ellos no desaparece. Ahora estarán en algún pueblo de Laos, o en una carretera costera de Filipinas… regalando sonrisas a otros niños que esperan junto al camino.

—O tal vez —susurró Linh, señalando con disimulo al dueño de la moto, un hombre mayor que se quitaba el casco revelando una barba canosa… y una cicatriz apenas visible— ya están de vuelta.

El Hanoi de 2057 respiraba igual que siempre. Algunas cosas, las importantes, nunca cambian.

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